El cerebro humano procesa de una manera muy similar tanto la aprobación social como la ganancia económica, y ambas cosas proporcionan bienestar y felicidad, de modo que muchas de las cosas que hacemos en la vida tienen como propósito el alcanzar estas dos metas.
Aunque los adjetivos “rico” y “famoso” suelen ir de la mano, muchas personas deciden perseguir la fama aunque ésta no le reporte beneficios económicos (como es el caso de una banda de música con su pequeña comunidad de seguidores). Por el contrario, hay quienes prefieren el enriquecimiento aunque ello suponga labrarse una mala reputación.
Esto sucede porque, en cuanto a lo que al sistema cerebral de recompensa se refiere, no hay mucha diferencia entre lo uno y lo otro. Por ello, podemos ser capaces optar solo por una meta, aunque la otra nunca llegue. Con todo, según explica el psicólogo Dean Burnett en su libro El cerebro feliz, posiblemente la fama sea un poco más gratificante que la riqueza material, aunque también sea más difícil de medir y suponga no pocas contraindicaciones.
La aprobación actúa a muchos niveles de cognición
Tanto el dinero como la fama nos proporcionan placer porque sirven, finalmente, para procurarnos una mayor probabilidad de sobrevivir. Sin embargo, el dinero solo nos hace felices hasta cierto punto, a partir del cual su influjo empieza a disminuir.
No ocurre así con la aprobación ajena, que parece actuar a muchos niveles de cognición. Basta con echar un vistazo a las redes sociales, sobre todo Instagram o YouTube, para descubrir a millones de personas reclamando una pequeña cuota de atención y de aprobación (en forma de corazones o likes).
La cuestión es que, a diferencia del dinero, la fama no se puede cuantificar fácilmente. ¿Cuánto es mucha fama? ¿Mil seguidores? ¿Un millón? Además, la mayoría de las personas ha tenido un golpe de suerte que les ha permitido ganar dinero, así que saben lo que se siente, pero ¿qué se debe sentir cuando tu popularidad aumenta masivamente?
Además, como señala Burnett: “Podemos dar un cálculo preciso de la estatura, el peso o el patrimonio de una persona, pero no de lo famosa que es, pues esta es una propiedad mucho más vaga y subjetiva”.
Y si bien tener más dinero permite ser más rico, ser más famoso no necesariamente favorece la aprobación social. Cuanto más famosa es una persona, de hecho, mayor es la legión de haters que se ponen en su contra. Una celebridad, además, difícilmente podrá relacionarse con la mayoría de la gente de forma auténtica, de tú a tú, porque de por medio hay una gran admiración que puede llegar a boicotear la espontaneidad de la propia relación.
Las personas más famosas, de hecho, pueden llegar a ser las más solitarias en el sentido de no poder establecer interacciones sociales cercanas y sinceras con los demás.
Además, las personas célebres a menudo están sometidas a la presión de interactuar con muchas personas y socializar más de lo normal, lo que supone también una tensión psicológica: “Desde esa perspectiva, no puede sorprendernos que algunos famosos y famosas parezcan fríos, distantes e incluso secos con sus fans y admiradores; no es necesariamente una muestra de desprecio personal o de arrogancia, sino un intento desesperado de proteger su cordura, su bienestar y su felicidad”.
Es decir, que el bienestar que produce la fama no está exento de efectos contraproducentes y matices insoslayables, como sucede también con la riqueza material. Nos sentimos impelidos a buscar interacciones sociales positivas, y por tanto el rechazo social produce desazón; sin embargo, la aprobación masiva no nos hará más felices. Porque importa más la calidad de la aprobación social que la cantidad, de una manera parecida a lo que ocurre con la riqueza material.